Cuando el subnormal
de Jonh Wayne -en la década del 50- realizaba
películas a favor de la guerra, quien -por cierto- nunca participó en alguna, él
con sus pésimas actuaciones impulsaba un nacionalismo estúpido y miserable; los
Estados Unidos se vivía la época del terror con la política anticomunista que
el violento y esquizofrénico senador Joseph
Raymond McCarthy promovía a todo vapor, persiguiendo, encarcelando y
torturando a cualquier ciudadano que no estuviese alineado a su maldad. La
actitud de este siniestro personaje -junto con otros miles de poderosos
sicóticos- construyó el actual modelo mental de la sociedad norteamericana.
De ese momento -al
día de hoy- ha pasado más de sesenta años, sin embargo, el estilo de vida
norteamericano poco ha cambiado, el ciudadano común se conforma con lo que le
den y los magnates destruyen el resto del planeta para sostener su riqueza. Es
allí, donde el cine de Hollywood -un mundo de cartón- ha impulsado esta nefasta
mentalidad. En las películas vemos como los productores, guionistas y actores
son capaces de glorificar la muerte de miles de inocentes como un acto heroico
de su estilo de vida o banalizar la guerra como un simple aspecto comercial más,
tan vulgar como hartarse un hot dog.
Pero la vida es
más compleja que un disparo al final de la trinchera en un escenario ficticio o
que el “gringo” invadiendo otro país. Pero este inconsciente colectivo -de la
mentalidad norteamericana- es dañino, como un cáncer, que lo destruye todo,
hasta el punto que ellos mismos se destruyen y ridiculizan la violencia de las
guerras.
En ese aspecto,
me sorprendieron películas como Lord of
War (2005), con la actuación de Nicolas
Cage, quien representa a un personaje que vende armas a todos los bandos en
un conflicto; como cine de Hollywood la trama se resuelve con esa dosis de
arrepentimiento moral, aunque en la realidad social de los países destruidos no
tenga nada que ver con ese efectismo cinematográfico. Otra película que aborda
este tema, con efectos especiales, es Edge
of Darkness (2010); donde el actor Mel
Gibson encara a un honesto detective policial de Boston, quien se ve
envuelto en una intriga comercial, porque una compañía norteamericana produce
armas nucleares para la “seguridad nacional” pero a la vez vende -con
requerimientos técnicos de otras naciones- éstas mismas armas, donde senadores
y magnates lo justifican -con cinismo- para sostener su estilo de vida. Obvio, este
film se concluye con acto épico del personaje, él asesina a los malos y parece
que nosotros -los imberbes espectadores- podemos suspirar y dormir en paz: los
buenos “gringos” han salvado al planeta otra vez.
Lo paradójico de
estas películas es que en la mentalidad del norteamericano promedio vuelven la
guerra como un acto trivial que se puede vivir cómodamente en una sala de cine y
los impulsa a un fanatismo inconsciente de destrucción de todo aquello que no
sea lo que les ordenan los dueños del cine, que es lo mismo que el capital. En
ese sentido, tal vez la peor película sea The
5th Wave (2016), donde una serie de actores menores junto con un guionista
estúpido construyen una invasión alienígena, pero en la línea argumental se usa
a los niños para defender a la “nación” de los malos. Impulsan a los menores a
la guerra, los preparan para el mañana norteamericano. Sin embargo, querido
lector, tengo la certeza que el dolor impuesto por la destrucción de la guerra
real en muchas partes del mundo, por la política de colonización norteamericana,
no se parece en nada a los supuestos actos heroicos de personajes miserables
como John. La sangre derramada de las
víctimas -por la avaricia del capital- es cauda para nuestra dignidad, mis
palabras una reflexión.
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