Probablemente una novela cumbre del boon latinoamericano fue “Conversación en la Catedral”, del escritor Mario Vargas Llosa. Para los y las lectoras que tuvimos la oportunidad de adentrarnos en ese universo narrativo, allá por la década de los ochenta, nos cuestionamos, indudablemente, sobre diversos paradigmas que rompe la obra. Aunque el autor delibera, desde el inicio de la novela, sobre el contexto social del Perú. La referida conversación, acontece entre los dos protagonistas, Santiago Zavala y Ambrosio, en un bar que se llama “La Catedral”, es en ese diálogo donde ellos se preguntaban, desde diversas perspectivas, “¿en qué, momento sucedió?”, ¿por qué el país se fue al carajo, con tanta pobreza?
Sin lugar a dudas, esa pregunta -a los lectores- nos disparaba la curiosidad por descubrir qué había sucedido para que nuestros países latinoamericanos vivieran con tanta miseria.
De esa cuenta, el escritor de marras, propuso una novela que cautivó al público por los temas que abordaba y cómo los trataba. Por ejemplo, lo extraigo de mi memoria, el ideario casi acomodaticio del joven de izquierda, Santiago Zavala, tal vez una especie de alter ego del mismo escritor (periodista, con pose de intelectual); además, en el universo narrativo se vislumbra la construcción de una nueva sociedad, alejada de los tiranos-militares; también trata de manera tangencial un acercamiento a la homosexualidad, entre otros temas que se construyen en la ficción. Una obra totalizadora, con esa pretensión que tuvo la experimentación literaria del boon.
Desde su primera edición, han pasado más de cuarenta años, “posiblemente la novela no envejeció tan mal como su autor”, aunque la frase anterior es una falacia ad-hominen, el comportamiento del Vargas Llosa es punible desde cualquier ángulo de su interpretación. Esta breve reflexión tiene como posición detonante, las declaraciones del multi-premiado autor en el encuentro de la Fundación Internacional para la Libertad (FIL) del 2022, donde concurrieron conspicuos personajes, como los expresidentes de México, Ernesto Zedillo Ponce de León, Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, el exjuez Sergio Moro y una pléyade de personajes adeptos al racismo, clasismo, xenofobia y, algunos de ellos, con causas criminales pendientes.
Nos encontramos con una primera paradoja, porque la FIL, presidida por Mario Vargas Llosa, tiene como principales objetivos la promoción de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho en Iberoamérica, pero las personas que participaron son individuos proclives a los procesos anti democráticos o reñidos contra las garantías individuales, véase, la libertad.
Para deshilar las palabras del Vargas Llosa en el cierre de las conferencias del ‘22, es fundamental invocar el discurso de la maestra Susan Sontag, cuando recibió el “Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad”, en 2001. “Nos inquietan las palabras a nosotros, los escritores. Las palabras significan. Las palabras apuntan. Son flechas. Flechas clavadas en el cuero tosco de la realidad. Y mientras más portentosas, mientras más generales sean las palabras, más se parecen también a cuartos o túneles. Pueden expandirse, o cavar. Pueden venir para ser llenadas con un mal olor. (…)”
Al conceder la posición de Vargas Llosa como escritor, nos debemos cuestionar qué significado le otorga él a los vocablos: libertad o democracia. Para contextualizar, en su alocución final, de ese manido foro, solicita que se instale un monumento al expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León, porque según el acomodaticio intelectual, Zedillo llevó a México hacia el futuro, hacia el progreso y la democracia.
Para acotar, Ernesto Zedillo Ponce de León fue presidente de México desde el 1 de diciembre de 1994 hasta el 30 de noviembre de 2000; y su “mayor obra” fue privatizar el sistema ferroviario mexicano, entregando concesiones entre 20 y 50 años a empresas como: Grupo Ferroviario Mexicano (Ferromex), Grupo Acerero del Norte (Peñoles) Medios de Comunicación y Transporte de Tijuana.
Es decir, repartió la infraestructura del Estado, recursos de todos los mexicanos y mexicanas, a favor de privados, presumiblemente sus amigos. Porque, luego de ocupar el cargo presidente de la nación se fue a trabajar a una de las empresas que recibieron los beneficios de la privatización. Acótese que para los neo-liberarles, como empresarios, su única estrategia, precisamente, para ser empresarios fue repartir las riquezas de las naciones a manos de un puñado de arribistas. ¡Vaya!, suerte de empresarios, la que nos dejó el neo-liberalismo.
Entonces, la primera pregunta, ¿democracia para el señor Vargas Llosa es repartir los recursos del Estado a favor de privados? Es evidente la respuesta, por lo que la perorata casi demencial de Vargas Llosa -en ese discurso- no tiene importancia ni siquiera para los conspicuos personajes que asistieron para aplaudirle. Las palabras, como democracia, en boca de Mario Vargas Llosa adquieren su mal olor, afirmaría la maestra Sontag.
Tal vez la paradoja más risible que tiene la fundación, por ende el letrado que la dirige, es su posición sobre el Estado de Derecho, más que paradoja es una caricatura. Cuando Emil Cioran, en su Breviario de Podredumbre, en el apartado “El cementerio de las definiciones”, acota certeramente, “Soportamos tanto mejor lo que nos rodea porque le damos un nombre y nos desatendemos de ello…”. Podemos interpretar que Vargas Llosa se aferra a una definición del Estado de Derecho para luego desentenderse, se acomodada a la visión del expresidente Felipe Calderón Hinojosa, quien tiene en su haber la muerte de más de 200,000 personas, ejecutadas fuera del Estado de Derecho. Su gobierno, aseguran los conocedores de la elecciones en México fue ilegítimo, hubo fraude y para legitimar su posición en la usurpada presidencia, Felipe declaró una “Guerra al Narcotráfico”. Le pegó un garrotazo a lo tonto al panal, asegura un estadista. En la actualidad, quien fuera su Secretario de Seguridad, obviemos el nombre por las maldades que hizo, ahora convicto en New York, trabajaba como operador para uno de los cártel del narcotráfico. Otra paradoja menor.
La violencia inusitada en ese gobierno calderonista fue atroz, terrible; por lo que al expresidente Calderón se le abrió carpeta de investigación en la Corte Internacional de Justicia, conocida también Corte Internacional de la Haya, por crímenes de lesa humanidad. Además, fue el propio Calderón Hinojosa, quien declaró -en esas conferencias- que él era como el Cid Campeador, porque con un solo golpe de su brazo mataba a más de mil. Una referencia un poco escolar, si se tiene en cuenta que el mismo Vargas Llosa tiene una obra que se titula “La Guerra del fin del Mundo”, para comprender la dinámica de la guerra.
¿Qué se le puede pedir a Calderón o los libertarios? Ellos y ellas no pueden argumentar, tienen sentencias de poder y cuando éstas no se acoplan a la realidad, la realidad está equivocada.
Es así como el libertario de Vargas Llosa comprende el Estado de Derecho, para reforzar su interpretación, otro insigne invitado fue el exjuez Moro, quien le inventó una causa más que ridícula al actual presidente de Brasil, Ignacio Lula Da Silva. Pero en su arrogancia antidemocrática, el exjuez Moro encerró por más de dos años al expresidente Lula, ahora absuelto por lo irracional de la causa que le inventó; pero allí se vio a Moro, paseándose orondo entre los conferencistas de la fundación. ¿Eso será Estado de Derecho? Acusar falsamente a otra persona y salir impune de sus actos canallescos.
Al escuchar a los ponentes, hombres y mujeres, adeptos a la ideología “libertaria” podemos inferir, con un grado de certeza muy puntual, que casi ninguno de los y las invitadas han leído las obras de Vargas Llosa; la levedad de sus argumentaciones es tan espuria como la ideología de odio de los contiene. Entonces, la paradoja mayor es, “si esos ponentes son amigos del escritor Vargas Llosa, ponentes del libertarismo, personas que no leen, ¿quién leerá las obras del multifacético autor?” …hoja en blanco, hoja en blanco, final.
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