La tragedia social por
la erupción del Volcán de Fuego es responsabilidad del Estado, directamente por
la irresponsabilidad del monigote Morales y todo su mediocre equipo en el
gobierno actual. La indignidad que causan los comentarios públicos del Señor
Presidente, como por ejemplo: “no hay presupuesto para auxiliar a las
víctimas”, demuestra con creces su malicia, arribismo y torpeza. Este sujeto no
tiene ninguna cualidad humana, menos de estadista. ¿Qué está haciendo en el
puesto?, reflexione, querido lector.
No deseo imaginar lo que dice en privado, porque es tan ingrata su
actitud que ni calcinándolo mil veces con toda la lava del volcán se borraría
la ignominia que él, como individuo, le ha causado al país. Nada lo redime.
El papel de este individuo en el proceso histórico será calificado
como mediocre y deberá ser recordado como el arquetipo de monigote racistas,
clasista y sexista que es. Pero la
verdadera tragedia humana no se debe a la erupción de un volcán que, incluso,
es predecible; se debe a la estructura social del despojo que ocasionan los
banqueros, pseudo industriales, terratenientes y demás personajes de oscura
conciencia, quienes se regodean en su maldad y hacen alarde de su riqueza.
Ante la brutal fuerza de la naturaleza y la tragedia social muchos
compatriotas, por la meliflua respuesta del gobierno, se agolpan y crean un
gesto de caridad. “Donemos algo para ayudar a nuestros hermanos”. En ese momento, por la desgracia que ocasionó
la erupción del Volcán de Fuego, se convierten en “nuestros hermanos”. Antes
eran campesinos andrajosos y pobres. Triste condición que nos dejó la
conciencia del miedo. La comodidad -desde la distancia- hace que muchos se
golpeen el pecho ante la devastación. Sin embargo, en su entorno cotidiano son
indiferentes, incluso, han naturalizado el despojo como forma de vida; “son
pobres porque no trabajan”.
Esta forma de conciencia no es gratuita ni mucho menos significa
que la humanidad haya perdido el valor de la solidaridad. Pero dentro de la
diversidad de personas están aquellos sujetos masculinos y femeninos, quienes
son capaces de volcar todo el egoísmo para su comodidad: me basta citar a los
diputados. NINGUNO, insisto, ninguno tiene un ápice de bondad: todos son
malvados y oportunistas. Además, están las instituciones cuyo eje es la
violencia: véase el ejército. Por último, los dueños del dinero, esos rapaces banqueros,
quienes son malditos de lucrar con el hambre y la tragedia humana: “Abramos una
cuenta, donemos”, mientras el dinero les reditúa intereses por minuto.
Sin embargo, estos sectores -militares, políticos y ricos- se articulan
de forma eficiente en el manejo de la conciencia social del miedo. Con sus
actitudes, estos señores y señoras crearon -para nuestra época- el terror como
el ente rector de la vida. Así, los ideólogos del sistema tienen máximas como:
“No pienses de más porque te asesinamos” o “Si no consumes, eres un
subversivo”. Hace muchos años, la sociedad consideraba otros valores, pero la
brutal guerra -entre otros factores- desgarró la empatía y la convirtió en un
estado amorfo de la conciencia.
Se agradece, desde la instancia individual, el gesto de caridad.
Hoy, un campesino desarrapado agradece la frazada y el pucho de café que
llegó, pero la caridad le resta
responsabilidad al Estado y a sus ejecutores, el gobierno. O ¿El Estado es solo para beneficio de los
ricos?, reflexione, querido lector. ar
Es decir, la
tragedia social es causa de la desigualdad del sistema en su conjunto y no por
la erupción de un volcán. La caridad es el resultado de los sentimientos de
culpa de una sociedad resuelta en la conciencia del miedo. ar
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